La controversia planea sobre el eBook en las bibliotecas

Con la aparición de los libros electrónicos muchos son los retos y las dificultades a los que deben enfrentarse hoy las bibliotecas. En un artículo publicado en Information Today, Charles Hamaker enumera y analiza algunos de ellos, como la confidencialidad o la preservación de la información.

Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la transición del libro en papel al formato electrónico reside en la maleabilidad de los textos electrónicos. Si bien este hecho puede que no afecte al lector ocasional, sí que presenta una serie de desafíos y dificultades a las bibliotecas.

Un artículo publicado en Information Today por Charles Hamaker, bibliotecario encargado de los fondos y los servicios técnicos de la Biblioteca de Atkins en la universidad estadounidense de North Carolina-Charlotte, “Ebooks on Fire. Controversies Surronding Ebooks in Libraries” [eBooks en llamas. Controversias alrededor de los eBooks en las bibliotecas], enumera algunos de los retos a los que se enfrentan estas instituciones con la aparición de los libros electrónicos.

Muchos son los obstáculos legales que se deben sortear y no sólo en lo referente a las adquisiciones. Ya son conocidos los problemas en torno a las licencias de utilización y préstamo de estos materiales, la imposibilidad en ocasiones de copiar o imprimir el contenido, o las restricciones mediante DRM que incluyen muchos distribuidores.

A ello se suma el asunto de la confidencialidad. En opinión de este bibliotecario, si el sistema de distribución determina quién puede usar determinado material y cómo, no sería de extrañar que las restricciones de circulación acaben registrando datos personales de los usuarios, algo que antes de la era eBook no permitía ninguna biblioteca.

Otra cuestión a la que también hace referencia es a la preservación de la información. Las bibliotecas han sido siempre las encargadas de salvaguardar el patrimonio intelectual, algo que en la actualidad parece ser una tarea muy dificil de realizar. En cualquier momento se puede reemplazar, corregir, modificar o incluso eliminar el contenido de un libro electrónico. Tampoco parece segura su supervivencia a largo plazo. A esto habrá que añadir el hecho de que tanto agregadores como distribuidores tienen derechos sobre el material que proporcionan a las bibliotecas, por lo que la información y el saber se encuentran a merced de estos proveedores. Nada ni nadie le puede garantizar a un lector que la próxima vez que acceda a un texto sea el mismo de antes, incluso es posible que haya desaparecido.

En lo referente a cuestiones económicas, Hamaker sostiene que si se sigue con el sistema actual se darán casos en los que las bibliotecas con mejor financiación ofrecerán mejores recursos que aquellas que no tengan solvencia económica. El articulista sugiere un procedimiento según el cual distintos usuarios puedan hacer un uso simultáneo del material en préstamo, o que existan varias copias a un precio asequible que permita su alquiler por semestres. No comparte el hecho de que a una institución se le pida más dinero por un título que se preste con mayor asiduidad. En su opinión, y siguiendo con esta lógica, si una biblioteca apenas utiliza el cincuenta por ciento de los títulos que solicita, se le debería devolver parte del dinero que ha pagado u ofrecerle un descuento en futuros pedidos.

Por último, en el citado artículo se hace un llamamiento a todos los lectores, bibliotecas y sistemas educativos comprometidos para que luchen por un mercado de textos electrónicos competitivo, por la existencia de innovación en el contenido, el diseño y la utilidad, y por la preservación de la información.

 


 


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