Razones válidas para comprar libros sin ser rastreados

Si usted pretende adquirir un libro de acuerdo a los usos hoy establecidos en el mundo digital, debe estar dispuesto a renunciar a la privacidad, y aceptar además que el proveedor –la tienda online en cuestión– intente conducir sus intenciones de compra, siguiendo el perfil de gustos e intereses que ha construido a partir de las búsquedas y adquisiciones realizadas en sus visitas previas a la web. No obstante, y aunque hoy por hoy el anonimato es una de las cosas más difíciles de garantizar en las interacciones en línea, no debería dejar de ser un objetivo.

Si usted pretende adquirir un libro de acuerdo a los usos hoy establecidos en el mundo digital, debe estar dispuesto a renunciar a la privacidad, y aceptar además que el proveedor –la tienda online en cuestión– intente conducir sus intenciones de compra, siguiendo el perfil de gustos e intereses que ha construido a partir de las búsquedas y adquisiciones realizadas en sus visitas previas a la web. No obstante, y aunque hoy por hoy el anonimato es una de las cosas más difíciles de garantizar en las interacciones en línea, no debería dejar de ser un objetivo.

¿Ocurre realmente así? Lo cierto, como afirma François J. de Kermadec en un artículo de OReilly TOC, es que cada vez resulta mas difícil comprar de incógnito en el mundo web, porque aparte del registro de las transacciones asociadas al pago con la tarjeta de crédito, las plataformas “inteligentes” de tiendas como Amazon –un ejemplo entre muchas– archivan y procesan los datos asociados a prácticamente cada “clic” que hacemos en ellas, para plantearnos luego recomendaciones de productos –libros en el caso que nos ocupa– que por su estilo, temática o longitud son susceptibles de captar nuestra atención. Incluso cuando rechazamos estas sugerencias, y más si especificamos la razón por la que lo hacemos, estamos enriqueciendo la información que la empresa tiene de nosotros.

    

Kermadec encuentra varias razones de peso para reclamar el derecho al anonimato. Un thriller casi pornográfico o un manual de sexo, por ejemplo, son libros que uno, tal vez, preferiría adquirir de forma anónima; el no poder hacerlo puede convertirse en un factor inhibidor de compras atípicas.

Por otro lado, son nuestras libertades personales las que se ponen en juego, dentro de las cuales se incluye el derecho a no querer revelar nuestras creencias sociales o religiosas, nuestra orientación sexual, nuestras dolencias y enfermedades, etcétera). Resulta inconsistente –afirma el columnista– defender los libros como instrumento de la libertad de expresión y, al mismo tiempo, aceptar que su modelo de distribución cuente con instrumentos de vigilancia y control de los individuos que los compran. Pero el funcionamiento actual de las plataformas digitales de distribución apunta hacia una fórmula con la que va a resultar muy complicado comprar un libro sin revelar la identidad al vendedor y, posiblemente, al editor, la firma de relaciones públicas y un grupo selecto de anunciantes.

Son muchos los motivos para querer comprar un libro sin ser rastreado, en opinión de Kermadec. Y aunque hoy por hoy el anonimato es una de las cosas más difíciles de garantizar en las interacciones en línea, no debería dejar de ser un objetivo. De hecho, apunta, cada vez hay más empresas de comunicación interesadas en los llamados “servicios de conocimiento cero”, basados en sistemas con utilidades de navegación web que posibilitan una interacción entre cliente y el proveedor que pone a salvo la identidad del primero. Un paso técnicamente sencillo, que la industria editorial debería dar para mantener su necesario papel de canal de ideas, buenas o malas.


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