El pésimo negocio de los libros electrónicos en las bibliotecas universitarias

Reemplazar las colecciones impresas por libros y revistas electrónicos no es un buen negocio para las bibliotecas universitarias. El préstamo de libros electrónicos presenta grandes limitaciones para los usuarios y las bibliotecas se ven atadas de pies y manos ante un pago anual por suscripción si quieren tener acceso al conocimiento científico, según explica Peter C. Herman, profesor de literatura inglesa en la Universidad del Estado de San Diego, en Estados Unidos.

 
Reemplazar las colecciones impresas por libros y revistas electrónicos no es un buen negocio para las bibliotecas universitarias. El préstamo de libros electrónicos presenta grandes limitaciones para los usuarios y las bibliotecas se ven atadas de pies y manos ante un pago anual por suscripción si quieren tener acceso al conocimiento científico, según explica Peter C. Herman, profesor de literatura inglesa en la Universidad del Estado de San Diego, en Estados Unidos.
 
En un artículo que publica en Times of San Diego, Herman explica que hace unos años las bibliotecas universitarias han comenzado a sustituir los libros impresos por libros electrónicos. Aunque puede parecer ventajoso por un menor precio y la facilidad de acceso, nada más lejos de la realidad. Cuando una biblioteca compra un libro en papel puede hacer con él lo que quiera, porque pasa a ser de su propiedad: puede prestarlo, ofertarlos para la lectura en sala, renovarlo o realizar préstamos a otras bibliotecas. Sin embargo –señala Herman–, para permitir el acceso a libros electrónicos las bibliotecas adquieren licencias de uso anuales, sin que el libro pase a ser de su propiedad, bien por el sistema «Patron Driven Acquisition», por el que el vendedor oferta una variedad de ebooks y un número de usos, o la suscripción a una colección.
 
Para Herman, estos modelos suponen todo tipo de restricciones. Solo un usuario puede tener en préstamo un determinado libro electrónico al mismo tiempo y los editores restringen el número de páginas que se pueden descargar por sesión, en algunos casos no llega al quince por ciento, asegura Herman. Toda posibilidad de préstamo interbibliotecario queda eliminada. Y, finalmente, «queda comprometida la estabilidad de las colecciones», ya que el distribuidor puede retirar títulos de los paquetes que oferta sin previo aviso.
 
Por otra parte, argumenta Herman, la experiencia de leer un ebook es diferente a la lectura de un libro impreso. Varios estudios han demostrado que la lectura en pantallas reduce la comprensión porque requiere un mayor esfuerzo y no facilita la lectura profunda y la concentración. Por lo tanto, objeta Herman, quizás los ebooks sean perfectos para la lectura por placer, pero no para el estudio.
 
Entonces, ¿por qué las bibliotecas están reemplazando los libros en papel por libros electrónicos?, se pregunta Herman. El libro electrónico es una solución barata a corto plazo: el coste de la suscripción anual por cada libro es de entre cinco y nueve dólares, un precio muy barato para libros que rondan los cien dólares. A largo plazo el negocio es ruinoso: las bibliotecas se ven obligadas a pagar cada año para tener acceso a los mismos libros sin llegar a tenerlos definitivamente. En el caso de las revistas electrónicas las suscripciones se han encarecido un seis por ciento cada año, muy por encima de la inflación, y lo mismo sucederá con los libros, augura Herman. En cambio, los presupuestos de las universidades se han reducido de forma importante.

Las bibliotecas, simplemente, están tratando de hacer lo mejor en una mala situación, opina Herman. Los presupuestos se han recortado unos dos mil millones de dólares solo en las dos universidades del estado de California. Por lo tanto –señala Herman–, la mejor solución a este gran problema sería ampliar de nuevo los fondos para las universidades, para evitar tener que tomar estas terribles decisiones.  


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