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Numerosos centros escolares de los Estados Unidos están llevando a cabo experiencias innovadoras en las que, a través del uso de tecnología educativa, experimentan metodologías que modifican sustancialmente los modelos de enseñanza y aprendizaje aplicados en el sistema tradicional. Sin embargo, superada la fase del entusiasmo y la expectativa, crece el escepticismo sobre la eficacia de estos enfoques, tanto en términos de formación como de rentabilidad económica, según el planteamiento del periodista Tiro Peg.
Peg, ganador del Premio Pulitzer, escribe en TakePart un artículo en el que comenta aspectos muy significativos a la hora de valorar la conveniencia o no de promover el uso masivo de sistemas y dispositivos tecnológicos en el ámbito escolar.
Según sus datos, casi trescientos mil escolares de aproximadamente una treintena de estados, tienen clases en línea. Los administradores escolares de todo el país están distribuyendo iPads a los centros y solicitando a maestros y estudiantes un esfuerzo para crear formas de enseñar y aprender con estos dispositivos.
La tipología de las experiencias es muy diversa, desde visualización de conferencias sobre temas que luego se trabajan con un profesor a través de preguntas o problemas, estudio y práctica de lecciones utilizando software interactivo, clases –que el autor compara con un centro de atención de llamadas– en las que los alumnos reciben lecciones grabadas en vídeo o interactivas a través de una pantalla, y participan luego en pequeños grupos dirigidos por un maestro para reforzar aprendizajes concretos, etcétera. Se trata de iniciativas alineadas con la finalidad común de conseguir que la educación adopte una dinámica más ágil y eficiente gracias a la tecnología.
Peg alude a las iniciativas de la cadena de escuelas Rocketship, pionera en este tipo de proyectos y cuyos responsables están firmemente convencidos de la positiva aportación de tecnología, ya que “contribuye a que el tiempo de un niño en la clase sea más productivo porque tendrá menos problemas de comprensión, de modo que los profesores tienen más tiempo para centrarse en trabajar las habilidades de pensamiento crítico de los alumnos".
Otra de las supuestas bondades de un modelo educativo “tecnológico” es la reducción de costes (Rocketship, por ejemplo, contrata a un menor número de profesores por clase ya que los escolares pasan buena parte del tiempo utilizando los ordenadores). Los administradores escolares, por su parte, piensan que equipar a los niños con iPad es una inversión más rentable que gastar millones libros de texto de poca calidad y que se quedan rápidamente obsoletos.
El mundo de las finanzas no se ha mantenido ajeno. Wall Street está invirtiendo dinero en el sector; en 2011 hubo dotaciones de casi cuatrocientos millones de dólares, colocadas en capital de riesgo relacionado con empresas dedicadas a la educación.
La llamada a la prudencia viene del lado de los analistas de la historia de la educación, que recuerdan como cada nueva tecnología que ha sido probada en las aulas –radio, televisión, cintas de vídeo, ordenadores– ha generado una ola de entusiasmo para, finalmente, no cumplir con las expectativas.
Larry Cuban, profesor emérito de la Universidad de Stanford, dice que hasta el momento no se ha demostrado que la eficacia de la innovación sea mayor que la de la educación convencional, con el factor añadido de que el nivel de utilización de aulas basadas en tecnología es menor de lo esperado. Los maestros en algunas escuelas están utilizando tecnología educativa con buenos resultados, pero la mayoría no. Algunos profesores están descubriendo que modifica profundamente la forma de hacer su trabajo; otros incluso ven que elimina su puesto (el artículo menciona como ejemplo las clases de idiomas, que pueden funcionar perfectamente con un sistema de conexión maestro-estudiante en línea).
La propia experiencia de las escuelas de Rocketship está demostrando que su modelo de enseñanza es inestable. Los laboratorios tecnológicos no tienen la continuidad deseada en las aulas. Y su asociación con la empresa tecnológica que suministraba software de apoyo para los estudiantes y profesores ha terminado.
Así pues, el uso de la tecnología en el aula no parece ser la panacea, y es además improbable que suponga un ahorro de costes, asegura Peg. El artículo hace referencia a estudios que, teniendo en cuenta la formación, los costes de la infraestructura de red y de software, muestran que implantar iPads en las escuelas multiplica por cinco el presupuesto asociado al modelo tradicional que funciona en la mayoría de ellas.
El autor aconseja, por tanto, ser cautelosos de momento y “evitar que el bombo mediático sobrepase al buen juicio”.
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