Una nueva era debería tener un modelo educativo nuevo. En la actualidad, en países como Estados Unidos, se siguen unas pautas educativas que proceden del que se ha denominado el factory model [modelo fabril] perteneciente a la Revolución Industrial. Pero aunque en el siglo XXI sea preciso realizar un cambio acorde a los tiempos, una crítica generalizada de todo lo que proceda de este modelo educativo y una mecanización excesiva, puede que no sea lo mejor. Audrey Watters, escritora especialista en educación, ha publicado un detallado artículo en su página web Hack EDU, en el que analiza esta cuestión.

Muchos expertos en materia educativa echan la culpa a este modelo tipo fabril de los fallos que se aprecian en la educación actual, pero para Watters este modelo es simplemente una abreviatura de la propia historia de la educación pública.

Se ha asegurado en multitud de ocasiones que el sistema educativo adoptado por los Estados Unidos ha seguido el modelo prusiano, es decir, aquel que quería crear un pueblo obediente y con obreros dóciles. Este es un planteamiento que se sostiene en la actualidad para demandar una reforma en las escuelas actuales que atienda las necesidades de un mundo post industrial.

Quizá una de las teorías más conocidas es la defendida por Alvin Toffler, quien criticó la escuela de la era industrial en su libro de 1970 Future Shock. En su opinión, la idea en aquel momento era producir el tipo de adultos que se necesitaban y adaptar a los niños al mundo que les esperaba. Un mundo donde los trabajos eran repetitivos y se realizaban en condiciones terribles de hacinamiento y rodeados de máquinas y de humo. Un mundo en el que el tiempo no lo regulaban el Sol y la Luna, sino el reloj de la fábrica.

La solución era crear un sistema educativo que se amoldase a esa estructura social. La vida interior de la escuela se convirtió en la introducción perfecta a la sociedad industrial.

Para muchos es tentador argumentar que las escuelas de hoy se parecen bastante a esas fábricas del siglo XIX, pero según Waters es un planteamiento equivocado porque ni funcionan así, ni guardan ningún parecido.

En cuanto al modelo prusiano, esta especialista recuerda las palabras de Víctor Cousin, autor de la investigación Report on the State of Education in Prussia publicada en 1837, según la cual el objetivo principal de aquel modelo era la de inducir a los jóvenes a pensar y a juzgar por sí mismos. Además, en dicho informe se manifestaba toda oposición a cualquier forma de estudio mecanizada y mediante transcripciones serviles. Los docentes –continúa Cousin– debían despertar el interés en los alumnos.

Muchos reformadores de la educación de hoy denuncian este modelo fabril y hacen un llamamiento para incorporar nuevas maquinarias y nuevas prácticas, para supuestamente modernizar el sistema –informa Watters. Muchos tecnófilos de la educación  –añade– creen que las máquinas y estas nuevas prácticas pueden personalizar, revolucionar la educación y propiciar que los estudiantes se muevan a su propio ritmo y por sus propios intereses dentro del plan de estudios. Una teoría que Sidney Pressey ya predijo en 1932 en su libro The Coming Industrial Revolution in Education.

Watters cree que se ha inventado toda esta historia con el fin de justificar la actualización de un nuevo software o hardware que hagan las mismas cosas que siempre se han hecho a lo largo de generaciones, aunque ahora se argumente que se harán de una forma más eficiente. Pero –advierte la especialista– el control ya no estará en manos de los educadores, sino en la de los ingenieros, fuera de la esfera del gobierno y dentro del ámbito del mercado.